27 de abril de 2014

Viaje a las Estrellas: Parte II - Fin de Etapa.


Antes que nada, quisiera señalar que, redactando estas líneas, he descubierto que comparto cumpleaños con Nichelle Nichols. Uhm, ¿creéis que aceptaría hacer una celebración conjunta conmigo y con Stan Lee?

Nada que envidiar a Zoe Saldaña... Al menos, entonces.

Bueno, a lo nuestro: 

Dos de los nombres claves en la firma Star Trek son los de Nicholas Meyer y Leonard Nimoy. El primero fue el artífice de la grandiosa Star Trek II: La Ira de Khan (tratada en la primera parte): no sólo la dirigió, sino que también metió mano en el guión. Nimoy, amén de ser uno de los protagonistas más destacados, tomó el relevo de Meyer tras las cámaras, ejerciendo exactamente la misma labor en la siguiente. Y, más tarde, ambos co-escribirían tanto Star Trek IV como Star Trek VI.

En la primera de estas dos colaboraciones fue Nimoy quien retomó la dirección; en la segunda, le cedió el puesto a Meyer. El primer caso resultó en el mayor éxito de público de la franquicia (hasta J. J. Abrams). El segundo fue la segunda mejor del conjunto tras La Ira de Khan. No era para menos: el papi había vuelto.

No nos olvidamos de ella, seguid leyendo...

Star Trek V: La Última Frontera supone una especie de paréntesis entre estas dos grandes obras: aquí en España ni siquiera se estrenó en salas de cine, comercializándose directamente en el mercado doméstico. Todas las entregas de Nimoy y Meyer están relacionadas: cada una parte de los acontecimientos con los que finalizó la anterior, por lo que son necesarias entre sí para disfrutarlas plenamente. Sin embargo, no precisan en absoluto ni de la I ni de esta V que nos ocupa. No es coincidencia que ambas sean las peores del conjunto y, de hecho, estoy seguro que pocos las hubieran echado de menos si todas estas películas no tuvieran los títulos numerados en los créditos iniciales. También resulta que comparten muchos elementos en común, empezando por un rival con el que Spock se siente hermanado y que busca literalmente a un Creador con ce mayúscula... Sólo que aquí los sentimientos del mestizo alienígena tendrán mayor razón de ser y las alusiones al Dios judeocristiano no serán tan sutiles.

Uno de los grandes méritos de William Shatner consiste, básicamente, en haber sabido reírse de sí mismo a lo largo de su carrera, explotando su fama de sinvergüenza arrogante y mujeriego. El abogado Denny Crane, su otro gran papel tras James Kirk, no es otra cosa que una versión salvaje y desenfrenada de sí mismo a una edad ya madura. Quien no haya visto nunca ningún capitulillo de Boston Legal no sabe, literalmente, lo que se pierde. Que esta gran serie no tuviera, en su momento, la misma acogida que otras como Juego de Tronos es sintomático del mundo en el que vivimos.

Repitan conmigo: "¡Denny Crane!"

Y, precisamente, es en Denny Crane en quien pienso viendo Star Trek V, porque toda ella parece un delirio febril de su mente senil y lujuriosa. El problema no se encuentra en la dirección de Shatner, sino en el guión que co-escribiera con el mismísimo Gene Roddenberry y que, básicamente, supone una concatenación de momentos bochornosos que no me atrevo ni a describir.

Ahora bien, que la auto-parodia no sea premeditada ni inteligente, como sí lo fuera en Star Trek IV, no significa que sea menos divertida. Y, para ser justos, toda la saga tiene su cuota de momentos bochornosos. Incluso La Ira de Khan. Especialmente La Ira de Khan. Ese famoso gritito... Además, aun siendo esencial es los otros largometrajes, es en este en concreto donde más luce la profunda amistad que une a la tripulación del Enterprise; especialmente a Kirk, a Spock y a Huesos McCoy, que protagonizarán en esta algunos de sus momentos más emotivos y entrañables.

Si lo hubiera hecho J. J. Abrams, seguro que nadie lo vería tan ridículo.

Para cuando se estrenó, ya había una nueva serie de televisión y, junto con ella, toda una nueva generación de personajes capaces de protagonizar sus propias aventuras cinematográficas. Lo cierto es que la idea de un relevo generacional venía planteándose desde la primera cinta; no en vano sus protagonistas se pasan luego las siguientes cinco hablando de lo viejos que se sienten o contemplando un futuro aparentemente incierto. Pero cada paso en esta dirección acababa invalidado posteriormente. El caso más flagrante fue el de Spock, pero no el único: también son claros ejemplos la degradación de Kirk, de Almirante a nuevamente Capitán, o la entrega de un nuevo Enterprise tras la destrucción del original, exactamente idéntico. 

Star Trek VI: Aquel País Desconocido (1992) fue la que acabó con este eterno regreso a un mismo status quo. Irónicamente, también fue la última que vio Roddenberry con vida, de ahí la dedicatoria del comienzo. Evidentemente, la historia estaba obligada a no defraudar, y por fin se narraba el cese de las hostilidades entre la Federación de Planetas y el Imperio Klingon, a consecuencia de que este último sufra su particular Chernobyl y a su particular Gorbachev. Hasta entonces, las parábolas hacia la Guerra Fría habían sido una constante, junto con las referencias bíblicas como detonantes de dilemas morales descomunales o de grandes preguntas existenciales. Especialmente memorable se hizo en la IV, donde el asunto trascendió la barrera de la metaficción y confrontaba directamente a nuestros viajeros estelares: en un film donde aparecía el auténtico Enterprise, por primera vez, y justificadamente, le oíamos acento ruso a Chekov (en el doblaje castellano, claro). En esta ocasión, Nimoy y Meyer se aprovecharon de que la Caída del Muro de Berín todavía era reciente para trasladar su impacto en la gran pantalla.

El capítulo final. Más o menos.

Ver y oír a Christopher Plummer recitando a Shakespeake en klingon es tan impagable como contemplar al Señor Spock o a Kirk haciendo lo propio, en nuestro idioma, con Sir Arthur Conan Doyle o con Sir James Barrie. El vulcano, por cierto, se insinúa nada menos que descendiente del mencionado escritor, ¿o lo será, acaso, del mismísimo Sherlock Holmes? De cualquier manera, son detalles anecdóticos dentro una producción impecable, que rescata consecuencias emocionales de una tragedia olvidada, hasta entonces negligentemente olvidada por los guionistas, y que cumple satisfactoriamente su función de capítulo final.

El único reproche importante que se puede hacer es la ausencia de Saavik; su aparición entraba dentro de los primeros planes, pero acabó siendo sustituida por otro personaje exactamente idéntico. Con ello se pierde el impacto que hubieran tenido su presencia y sus acciones si hubieran venido de la original. Además, que la encarne la rubia casquivana de Sexo en Nueva York resulta algo chocante. Bueno, también me quejo de los créditos finales conformados, inicialmente, por los autógrafos de los actores: a los fans más mitómanos les satisfará, pero no deja de resultar un pelín presuntuoso. 

En los últimos instantes, Constantino Romero parafrasea la introducción de la serie original y, en esta ocasión, sabemos lo que significa. Star Trek continuaría (lo mismo que el presente comentario crítico, dicho sea de paso), pero nunca volvería a ser lo mismo.

Y no lo olviden... "¡Denny Crane!"

26 de abril de 2014

Reflexiones (tontas).

Ned Beatty.

Viendo Shooter: El Tirador (Antoine Faqua, 2007)...

Otra vez Ned Beatty.

¿Quién me iba a decir a mí que Otis acabaría dando más miedo y teniendo más cara de cabroncete que el mismísimo Lex Luthor?

Superman (Richard Donner, 1979).


19 de abril de 2014

Cómic: 'Historia de una Rata Mala'.

Con semejante título, Historia de una Rata Mala podría parecer una especie de fábula para niños pequeños; y, realmente, puede considerarse como tal, pero sólo hasta cierto punto y con matices muy a tener en cuenta.


La 1ª edición española. Recientemente ha sido reeditada por Astiberri.


Los cuentos ilustrados de Beatrix Potter, extraordinariamente preciosos, forman parte intrínseca de mi infancia. De hecho, en homenaje, mi familia bautizó a nuestra mascota como Perico: un pobre e inquieto conejo que todavía es muy recordado a día de hoy en mi hogar, aunque no por los mejores motivos. Lo cierto es que, aunque siempre le he presupuesto cierta fama a esta autora británica, conozco a muy poquitas personas que sepan mínimamente de su figura o de su obra. Por eso, el cómic que nos ocupa consiguió crearme de inmediato sentimientos dulces de complicidad y nostalgia. Precisamente esto último tiene mucho que ver con la temática escogida: la regresión a la infancia y, más concretamente, a la inocencia.

La protagonista, Helen Potter, es una muchacha que vive en la mendicidad tras haber escapado de casa y que empezará a seguir, casi inconscientemente, los pasos de su famosa tocaya a través de Gran Bretaña. Al igual que el mundo de fantástico de Beatrix, el que descubrirá Helen con sus viajes será hermoso y salvaje a un mismo tiempo: puedes encontrar peligrosos depredadores a cada tramo, o en cambio, valiosos y entrañables aliados. 

Altamente recomendable.
 

Bryan Talbot, el autor completo de este tebeo de los noventa, consigue lo que parecía imposible: recrear el encanto mágico de los libros de Potter. A ello ayuda muchísimo el dibujo, que destaca por un trazo limpio y claro, especialmente grueso en el contorno de las figuras. La realidad y la fantasía no se distinguen de ninguna manera en el apartado gráfico y las viñetas realmente se asemejan a ilustraciones literarias muy agradables a la vista. Su estilo figurativo y su acertado uso tanto de las sombras como del color recuerdan a las películas animadas con rotoscopio (como las de Ralph Bakshi).

Sorprendentemente, este 'tono de cuento' resulta completamente apropiado para un tema tan espinoso como el del abuso infantil. El asunto es abordado con muchísima delicadeza y extrema sensibilidad, evitando intencionadamente la sordidez o el sensacionalismo barato en el que tan fácilmente podría haber caído. Gracias a ello, hasta los más escrupulosos podrán afrontar su lectura sin miedo, y sin que ello conlleve la pérdida del realismo que demandaba la temática. Lo que fácilmente podría haberse convertido en una historia bastante gris y depresiva, en cambio, constituye un sincero y bello canto a la esperanza. La travesía de Helen es agridulce y dura, y no estará en absoluto libre de escollos; pero en ningún momento nos transmite demasiado desasosiego. Quizás porque, cuando estás en lo más bajo, el único camino posible es hacia arriba. En su aparente sencillez es donde radica su mayor grandeza; es un relato que no precisa en modo alguno de quiebros inesperados ni giros rebuscados. Un relato que también nos habla de crecer y madurar; no a costa de sacrificar la imaginación o la creatividad, sino, precisamente, usando ambas cualidades como herramientas. 

Por supuesto, los animales y, en especial, los pequeños roedores serán importantes.
 
Historia de una Rata Mala le ha valido a Talbot los elogios de otros grandes maestros del noveno arte, como Alan Moore o Neil Gaiman (ambos, detalle curioso, tan británicos como el propio Talbot o como la mismísima Beatrix Potter). La obra también ha sido vista con buenos ojos por parte de muchos educadores y es utilizada en centros de ayuda tanto de Gran Bretaña como de Estados Unidos; algo que, con casi toda seguridad, halaga más a este artista que cualquiera de los muchos merecidos premios que ha recibido por ella. También atestigua su loable y exhaustiva labor de documentación a todos los niveles, consiguiendo una credibilidad pocas veces se consigue en una narración. Helen en particular llega a parecer más auténtica que muchas personas de la vida real, y es muy difícil no sentir afecto y empatía hacia ella.

También es el primer profesional del cómic en obtener un Doctorado Honorífico en Arte, y no es para menos: se atrevió a exponer un asunto difícil en una época en la que todavía era tabú. Para más inri, lo hizo a través de un medio que entonces no estaba lo suficientemente reconocido; muchas veces, tampoco ahora. En sus propias palabras:

“Los abusos sexuales son más frecuentes que el asesinato. (…) Cuanto más se hable del abuso infantil, (…) más probable será que las víctimas se den cuenta de que es algo que pasa continuamente, que pueden hablar de ello, que pueden ser creídas y hacer que eso se acabe.”

15 de abril de 2014

Viaje a las Estrellas: Parte I.



Hace algún tiempo, inicié una sucesión de artículos sobre Star Trek en el blog amigo Wonderful Friki World. Por una serie de circunstancias (que aquí no vienen a cuento), no pude continuar como me hubiera gustado. Mi vida entera está llena de proyectos inconclusos, por lo que uno más en la lista no debería inquietarme demasiado. Sin embargo, es un aspecto de mi ser que estoy intentando corregir.

En el futuro sigue habiendo Photoshop...

Aunque la serie de televisión homónima era bastante anterior, Star Trek: La Película (Robert Wise, 1980) vio la luz gracias al éxito encomiable de esa otra gran opereta espacial que no hará falta ni nombrar. Sin embargo, su principal referente no fue otro que la insuperable 2001: Una Odisea en el Espacio (Stanley Kubrik, 1968), cuyo tono trascendental pretendió emular.

El largometraje nos presenta a Willard Decker, el nuevo Capitán del Enterprise tras el ascenso de Kirk a Almirante. De hecho, Decker viene a ser el sustituto natural de este y, en otras circunstancias, no hubiera resultado extraño verlo como protagonista en entregas posteriores. Sin embargo, Kirk no dudará en aprovechar las circunstancias para recuperar el timón de su añorada nave o para traerse con él a viejos “coleguitas”, como los siempre entrañables McCoy y Spock. Unido a un romance imposible, tan previsible como trágico, este hecho consigue que simpaticemos con el jovenzuelo a pesar de su condición de guaperas irredimible. Lamentablemente, lo hace en detrimento del que debería ser nuestro héroe en el resto de la saga; especialmente cuando Decker acaba sacándole las castañas del fuego al bueno y desagradecido de Kirk.

...y fotos-Tuenti.

La mejor baza del argumento es su espectacular premisa, basada en una amenaza a la Tierra de proporciones bíblicas que dará pie a varias preguntas existenciales. Precisamente por ello la resolución de la trama puede resultar un poco decepcionante, a pesar de su ingenio. Se nota que tras el proyecto estuvieron grandes expertos de la ciencia-ficción, como Robert Wise, Alan Dean Foster (a quien siempre tendré presente por El Ojo de la Mente) o el mismo Gene Roddenberry, el creador de la franquicia. Resulta lamentable que el conjunto se vea lastrado por un ritmo narrativo lento, que lo vuelve aburrido a tramos. El disfrute por parte de cualquier espectador, por tanto, se basa en la capacidad del mismo para sustraer de la cinta las magníficas ideas y las buenas intenciones que la propulsaron.

Afortunadamente, Star Trek II: La Ira de Khan (Nicholas Meyer, 1982) resultó ser bastante más dinámica y emocionante. Considerada la mejor película trekkie, es la que contiene los momentos y diálogos más recordados, aunque sólo sea por todas las constantes parodias y homenajes que se han hecho de ellos. Gran parte del mérito tiene que ver con un antagonista meritorio y presente hasta en el título. Que en su guarida nos encontremos libros como La Santa Biblia, El Rey Lear, Moby-Dick o El Paraíso Perdido revela mucho de los vericuetos por los que se moverá la historia.

Bueno, aquí con esas pintas de abuelita sé que no asusta mucho, pero bueno...

Desde sus orígenes televisivos, el universo de Roddenberry había representado una bella parábola: la del destino radiante y literalmente estelar que aguardaba la humanidad cuando dejara de lado sus diferencias. En la vida real eran tiempos de la Guerra Fría; y no es casual la diversidad en la tripulación del Enterprise, que incluye, entre sus principales activos, a una mujer negra, un asiático, un ruso y un mestizo alienígena, todos en igualdad de condiciones. Khan es el pasado que siempre vuelve, en oposición a esta utopía establecida; él representa la violencia atávica, y el esplendor de la perversa gloria obtenida a través de la conquista de dicha violencia; una violencia inscrita en nuestros genes y de un atractivo terriblemente innegable.

Ricardo Montalbán rezuma fuerza, carisma y presencia por los cuatro costados, haciendo gala de la actitud altiva que corresponde a su regio personaje y encarnando poco menos que la sed de venganza personificada: es artero pero obsesivo, implacable e incansable. De este logro interpretativo no es ajeno, en la versión española, Rafael Luís Calvo. En este sentido, es de elogiar el doblaje castellano en toda la saga, arropando al Kirk de William Shatner con la voz del enorme Constantino Romero o haciéndonos disfrutar de grandes actores como Miguel Ángel Jenner o Camilo García, entre otros.

Orejas picudas: todo un fetiche para algunos.
La única pega del filme es que, al partir de sucesos y personajes procedentes de la serie televisiva, quienes no la hayan visto (como es el caso de un servidor) se sentirán como si hubieran llegado tarde a una fiesta, aunque se nos vaya explicando todo sobre la marcha. Destaca la aparición de la Teniente Saavik, quien se adivina como un futurible reemplazo del Señor Spock, tal y como lo pareciera Decker con respecto a Kirk y revelando mucho del desenlace sin pretenderlo. No resulta difícil imaginar un futuro abortado en el que Decker y ella hubieran llegado a sustituir a sus respectivos mentores, continuando por ellos el viaje del Enterprise “a donde ningún otro hombre ha llegado jamás”.

Tanto Star Trek III: En Busca de Spock (1984) como Star Trek IV: Misión Salvar la Tierra (1987) están entrelazadas argumentalmente y desvelan las consecuencias de La Ira de Khan, con la que conforman una especie de trilogía. Ambas fueron co-escritas y dirigidas por el propio Leonard Nimoy, el alter ego actoral del mismísimo Señor Spock. Shatner haría lo propio con Star Trek V: La Última Frontera en 1989 (y que trataremos en la segunda parte de este artículo). Sorprendentemente, ambos se revelaron como dos cineastas eficientes y competentes; especialmente el primero, que ejercería como director en otros proyectos ajenos a la presente franquicia. Cualquiera hubiera creído que cualquiera de los dos hubiera aprovechado la oportunidad para imponerse en pantalla sobre el resto, pero ambos supieron mantener bastante bien el equilibrio del elenco. De hecho, aunque el icónico caballero de las orejas puntiagudas fuera el personaje titular y el motor de la trama en la III, también era el que contaba con menos tiempo en escena.

Un terrícola, un klingon y una vulcana entran en un bar y...

El díptico de Nimoy comparte sendas premisas igualmente absurdas, pero que realmente poco importan: no dejan de ser meras excusas para dos historias realmente frescas y narradas con muy buen tino. En la primera de las dos, por ejemplo, han de reunir el cuerpo renacido de un viejo camarada con una especie de copia de seguridad de su mente y alma, ceremonia mística mediante. Lo más sencillo hubiera sido que estos aspectos de su ser también se regeneraran por los mismos motivos que su forma física, pero así la trama no se reduce a un simple “¡hola, he vuelto!”. El Comandante Kurge estará lejos de encontrarse a la altura de Khan, pero también es un enemigo bastante memorable y resulta impagable ver a Christopher Lloyd caracterizado como klingon. Es la primera vez que vemos a esta raza en acción tras unas cuantas menciones y una breve aparición en los dos títulos precedentes.

Definición gráfica de "molar".

Misión: Salvar la Tierra incurre en la comedia sin ningún tipo de complejos, haciendo interactuar a Kirk, Spock y compañía con la realidad de los años ochenta. El motivo del viaje en el tiempo no podía ser más ridículo, a pesar del mensaje ecologista que transmite: evitar la extinción de las ballenas grises para evitar un improbable malentendido con una sofisticada cultura extraterrestre. El resultado fue el mayor éxito de público del sexteto fílmico original. Tras tantas penurias y tanta reflexión galáctica pseudo-filosófica, tanto nuestros héroes espaciales como nosotros nos merecíamos unas cuantas risas. Al menos, hasta la siguiente entrega, claro.

6 de abril de 2014

Filosofía (& Belleza) en el Cine:


Hace ya algún tiempo desde que creé este este blog; años, de hecho. Pero al poco lo dejé abandonado por completo. El motivo: la inesperada oportunidad de publicar mis textos en la prensa local (pueden leer algunos de mis textos aquí, aquí o aquí). Sin embargo, y sin olvidar mis colaboraciones con los colegas, creo que es momento de desempolvar los viejos bártulos y regresar a un pasado que realmente nunca fue. Lo cierto es que me hubiera gustado empezar con otros textos que tengo en cartera, pero las circunstancias me apelan a empezar por aquí:


Vídeos como este, montados a partir de retazos de varias películas, los hay a patadas en YouTube. Disfruto mucho viéndolos, pero no los suelo hacer; sobretodo porque requieren bastante más tiempo del que parece. Al menos, si se quiere hacer algo medianamente decente (y que conste que este tampoco es nada extraordinario); cualquier chorrada hecha a lo loco es otra historia (de esos también hay a expuertas en YouTube). Además, se supone que soy un profesional y, aunque parezca presuntuoso, admito que no me gusta ponerme tras las cámaras ni delante de un programa de edición si no es por alguna recompensa (preferiblemente económica, aunque no necesariamente). En este caso, sin embargo, vi el concepto tan claro y definido que era una lástima no materializarlo (por favor: véanlo en la máxima calidad posible y, si gustan, a pantalla completa). Seguro que hay otros muchos largometrajes que hacen paráfrasis del Mito de la Caverna de Platón, pero estos son los que yo conozco. Dicho sea de paso, espero que todos los potenciales lectores conozcan el susodicho Mito. De lo contrario, me preocuparía bastante por el estado de nuestro sistema educativo. Quiero decir, más todavía.

Filosofía digerible para la Generación Y.

En todas ellas, los protagonistas viven en un mundo ficticio e ilusorio. Puede ser un sueño, una fantasía, una simulación informática o un espectáculo televisivo del que son víctimas sin saberlo; pero todo cuanto ven, oyen y sienten, todo cuanto les rodea, no es (enteramente) real. Como consecuencia, en la mayoría, aunque no en todas, se produce una búsqueda de la verdad oculta tras esa ilusión y que, por supuesto, estará plagada de obstáculos. En primer lugar, porque así es el Mito de la Caverna y la realidad que pretende reflejar: a Sócrates se lo cargaron, a Galileo Galilei como que casi y seguramente yo corra una suerte parecida cuando intente demostrar próximamente que El Caballero Oscuro (Christopher Nolan, 2008) está lejos de ser la gran obra maestra que muchos consideran. Pero también hay otro motivo mucho más evidente: toda historia debe tener un nudo. La naturaleza humana nos hace así de sádicos. De hecho, solemos disfrutar más de cualquier historia (independientemente del medio a través del cual nos la estén narrando) cuanto más simpatizamos con los protagonistas o cuanto más nos identificamos con ellos y cuanto mayor valor, astucia y/o sacrificio suponga la resolución del conflicto. Nos gusta ver a nuestros héroes sufrir. Visto así, no parecen tan lejanos los combates de gladiadores ni otras presuntas barbaries. En todo caso, aquí es donde entra en juego una figura recurrente en estos filmes, aunque se presente en múltiples formas: los agentes del sistema, que forman parte de la gran mentira y la defenderán sin miramientos... sean conscientes de ello o no

Adorable(s).

También comparten el hecho de ser muy del gusto de este humilde servidor... Salvo quizás Mulholland Drive (David Lynch, 2001), que llevo ya un par de años intentado decidir si me gusta o no. Creo que lo más importante es que todas ellas nos motivan a cuestionar el mundo que nos rodea, lo cual no es sólo la base más elemental del pensamiento científico, sino de casi todo proceso racional. Eso es algo cada vez más importante en una actualidad en la que somos víctimas de una manipulación mediática brutal y, peor todavía, somos conscientes e incluso partícipes de ello. Además, abordan otros asuntos profundamente inherentes del ser humano. En El Show de Truman (Peter Weir, 1998), sin ir más lejos, se reflexiona sobre los extremos deleznables a los que son capaces de llegar los medios de comunicación para atraer la atención del público y llenarse los bolsillos a su costa. Lo terrible, muy en la línea de lo comentado anteriormente, es que también nos muestra como esas mismas audiencias son cómplices casi activos de esas atrocidades.

Hay muchos otros ejemplos: me hubiera encantado ver El Mundo de Sofía (Erik Gustavson, 1999) cuando di Filosofía en bachiller, pues es idónea para tal propósito pedagógico. Y Abre los Ojos (Alejandro Amenábar, 1997) es un peliculón que prácticamente todos consideran mejor que su remake yanqui y que sirve para tapar bocas entre quienes aseguran estúpidamente que el cine español sólo ofrece mierdas. En ella se trata el tema de las apariencias no sólo en un sentido platónico sino, también, estético: el personaje principal es un tío guapetón, ligón y adinerado que ha obtenido cuanto ha deseado siempre. Al menos, hasta el momento en el que le joden la cara y la vida. Una bonita forma de entrar por la Madriguera del Conejo y pasar al mundo del revés. O quizás sea entonces cuando descubre el mundo tal cual es.

De veras que Penélope Cruz me cae bien sólo por esta 'peli'.

También merece comentario Dark City (Alex Proyas, 1998), una obra bastante más creativa y satisfactoria que el Matrix (1999) de los Hermanos Wachowski, con la que se asemeja argumental y estéticamente. Resulta injusto que siendo la primera anterior en el tiempo, haya quedado bastante relegada en el olvido, en contraposición con la fama y trascendencia de la segunda.

Es innegable que todos estamos condicionados por nuestras experiencias; ninguno seríamos exactamente nosotros mismos si hubiéramos nacido en otra familia, en otra época o en otro lugar, o si nos hubieran faltado algunas de las personas, de los lugares o de las circunstancias que han forjado nuestra manera de ser. Si alguno de mis padres hubiera fallecido en mi infancia, si mi hermana no hubiera nacido o incluso si hubiera ido a un colegio distinto, mi vida hubiera sido completamente distinta y, en consecuencia, mi personalidad también. La pregunta es: ¿es eso cuanto somos: un compendio de nuestras vivencias y recuerdos? ¿No hay más, no hay algo que nos haga ser quienes somos, independientemente de nuestro entorno? ¿Existe el alma? Ahí reside la esencia de la mencionada Dark City.

Estos de 'Dark City' dan más miedo que los malotes de 'Matrix', no digáis que no.

Siempre he tenido un problema bastante grave, y es que sólo sé hablar de cómic y de cine. Soy así de limitadito, qué le vamos a hacer. Pero quizás no esté tan mal. Al fin y al cabo, tanto el cómic como el cine, al igual que cualquier otra manifestación artística y cultural, suponen un reflejo (a veces fantástico, a veces distorsionado, pero siempre fidedigno) de nuestra realidad; la misma realidad que intentan explicar, entre otras, la Filosofía, la Historia o la Ciencia. A última hora, todas estas disciplinas están tan hermosamente relacionadas entre sí como los precisos engranajes de un reloj de cuerda; y, en mi modesta opinión, poquitas cosas son más preciosas que este hecho.