15 de abril de 2014

Viaje a las Estrellas: Parte I.



Hace algún tiempo, inicié una sucesión de artículos sobre Star Trek en el blog amigo Wonderful Friki World. Por una serie de circunstancias (que aquí no vienen a cuento), no pude continuar como me hubiera gustado. Mi vida entera está llena de proyectos inconclusos, por lo que uno más en la lista no debería inquietarme demasiado. Sin embargo, es un aspecto de mi ser que estoy intentando corregir.

En el futuro sigue habiendo Photoshop...

Aunque la serie de televisión homónima era bastante anterior, Star Trek: La Película (Robert Wise, 1980) vio la luz gracias al éxito encomiable de esa otra gran opereta espacial que no hará falta ni nombrar. Sin embargo, su principal referente no fue otro que la insuperable 2001: Una Odisea en el Espacio (Stanley Kubrik, 1968), cuyo tono trascendental pretendió emular.

El largometraje nos presenta a Willard Decker, el nuevo Capitán del Enterprise tras el ascenso de Kirk a Almirante. De hecho, Decker viene a ser el sustituto natural de este y, en otras circunstancias, no hubiera resultado extraño verlo como protagonista en entregas posteriores. Sin embargo, Kirk no dudará en aprovechar las circunstancias para recuperar el timón de su añorada nave o para traerse con él a viejos “coleguitas”, como los siempre entrañables McCoy y Spock. Unido a un romance imposible, tan previsible como trágico, este hecho consigue que simpaticemos con el jovenzuelo a pesar de su condición de guaperas irredimible. Lamentablemente, lo hace en detrimento del que debería ser nuestro héroe en el resto de la saga; especialmente cuando Decker acaba sacándole las castañas del fuego al bueno y desagradecido de Kirk.

...y fotos-Tuenti.

La mejor baza del argumento es su espectacular premisa, basada en una amenaza a la Tierra de proporciones bíblicas que dará pie a varias preguntas existenciales. Precisamente por ello la resolución de la trama puede resultar un poco decepcionante, a pesar de su ingenio. Se nota que tras el proyecto estuvieron grandes expertos de la ciencia-ficción, como Robert Wise, Alan Dean Foster (a quien siempre tendré presente por El Ojo de la Mente) o el mismo Gene Roddenberry, el creador de la franquicia. Resulta lamentable que el conjunto se vea lastrado por un ritmo narrativo lento, que lo vuelve aburrido a tramos. El disfrute por parte de cualquier espectador, por tanto, se basa en la capacidad del mismo para sustraer de la cinta las magníficas ideas y las buenas intenciones que la propulsaron.

Afortunadamente, Star Trek II: La Ira de Khan (Nicholas Meyer, 1982) resultó ser bastante más dinámica y emocionante. Considerada la mejor película trekkie, es la que contiene los momentos y diálogos más recordados, aunque sólo sea por todas las constantes parodias y homenajes que se han hecho de ellos. Gran parte del mérito tiene que ver con un antagonista meritorio y presente hasta en el título. Que en su guarida nos encontremos libros como La Santa Biblia, El Rey Lear, Moby-Dick o El Paraíso Perdido revela mucho de los vericuetos por los que se moverá la historia.

Bueno, aquí con esas pintas de abuelita sé que no asusta mucho, pero bueno...

Desde sus orígenes televisivos, el universo de Roddenberry había representado una bella parábola: la del destino radiante y literalmente estelar que aguardaba la humanidad cuando dejara de lado sus diferencias. En la vida real eran tiempos de la Guerra Fría; y no es casual la diversidad en la tripulación del Enterprise, que incluye, entre sus principales activos, a una mujer negra, un asiático, un ruso y un mestizo alienígena, todos en igualdad de condiciones. Khan es el pasado que siempre vuelve, en oposición a esta utopía establecida; él representa la violencia atávica, y el esplendor de la perversa gloria obtenida a través de la conquista de dicha violencia; una violencia inscrita en nuestros genes y de un atractivo terriblemente innegable.

Ricardo Montalbán rezuma fuerza, carisma y presencia por los cuatro costados, haciendo gala de la actitud altiva que corresponde a su regio personaje y encarnando poco menos que la sed de venganza personificada: es artero pero obsesivo, implacable e incansable. De este logro interpretativo no es ajeno, en la versión española, Rafael Luís Calvo. En este sentido, es de elogiar el doblaje castellano en toda la saga, arropando al Kirk de William Shatner con la voz del enorme Constantino Romero o haciéndonos disfrutar de grandes actores como Miguel Ángel Jenner o Camilo García, entre otros.

Orejas picudas: todo un fetiche para algunos.
La única pega del filme es que, al partir de sucesos y personajes procedentes de la serie televisiva, quienes no la hayan visto (como es el caso de un servidor) se sentirán como si hubieran llegado tarde a una fiesta, aunque se nos vaya explicando todo sobre la marcha. Destaca la aparición de la Teniente Saavik, quien se adivina como un futurible reemplazo del Señor Spock, tal y como lo pareciera Decker con respecto a Kirk y revelando mucho del desenlace sin pretenderlo. No resulta difícil imaginar un futuro abortado en el que Decker y ella hubieran llegado a sustituir a sus respectivos mentores, continuando por ellos el viaje del Enterprise “a donde ningún otro hombre ha llegado jamás”.

Tanto Star Trek III: En Busca de Spock (1984) como Star Trek IV: Misión Salvar la Tierra (1987) están entrelazadas argumentalmente y desvelan las consecuencias de La Ira de Khan, con la que conforman una especie de trilogía. Ambas fueron co-escritas y dirigidas por el propio Leonard Nimoy, el alter ego actoral del mismísimo Señor Spock. Shatner haría lo propio con Star Trek V: La Última Frontera en 1989 (y que trataremos en la segunda parte de este artículo). Sorprendentemente, ambos se revelaron como dos cineastas eficientes y competentes; especialmente el primero, que ejercería como director en otros proyectos ajenos a la presente franquicia. Cualquiera hubiera creído que cualquiera de los dos hubiera aprovechado la oportunidad para imponerse en pantalla sobre el resto, pero ambos supieron mantener bastante bien el equilibrio del elenco. De hecho, aunque el icónico caballero de las orejas puntiagudas fuera el personaje titular y el motor de la trama en la III, también era el que contaba con menos tiempo en escena.

Un terrícola, un klingon y una vulcana entran en un bar y...

El díptico de Nimoy comparte sendas premisas igualmente absurdas, pero que realmente poco importan: no dejan de ser meras excusas para dos historias realmente frescas y narradas con muy buen tino. En la primera de las dos, por ejemplo, han de reunir el cuerpo renacido de un viejo camarada con una especie de copia de seguridad de su mente y alma, ceremonia mística mediante. Lo más sencillo hubiera sido que estos aspectos de su ser también se regeneraran por los mismos motivos que su forma física, pero así la trama no se reduce a un simple “¡hola, he vuelto!”. El Comandante Kurge estará lejos de encontrarse a la altura de Khan, pero también es un enemigo bastante memorable y resulta impagable ver a Christopher Lloyd caracterizado como klingon. Es la primera vez que vemos a esta raza en acción tras unas cuantas menciones y una breve aparición en los dos títulos precedentes.

Definición gráfica de "molar".

Misión: Salvar la Tierra incurre en la comedia sin ningún tipo de complejos, haciendo interactuar a Kirk, Spock y compañía con la realidad de los años ochenta. El motivo del viaje en el tiempo no podía ser más ridículo, a pesar del mensaje ecologista que transmite: evitar la extinción de las ballenas grises para evitar un improbable malentendido con una sofisticada cultura extraterrestre. El resultado fue el mayor éxito de público del sexteto fílmico original. Tras tantas penurias y tanta reflexión galáctica pseudo-filosófica, tanto nuestros héroes espaciales como nosotros nos merecíamos unas cuantas risas. Al menos, hasta la siguiente entrega, claro.

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