Hace
ya algún tiempo desde que creé este este blog; años, de hecho.
Pero al poco lo dejé abandonado por completo. El motivo: la
inesperada oportunidad de publicar mis textos en la prensa local (pueden leer algunos de mis textos aquí, aquí o aquí).
Sin embargo, y sin olvidar mis colaboraciones con los colegas, creo que es momento
de desempolvar los viejos bártulos y regresar a un pasado que
realmente nunca fue. Lo cierto es que me hubiera gustado empezar con
otros textos que tengo en cartera, pero las circunstancias me apelan
a empezar por aquí:
Vídeos
como este, montados a partir de retazos de varias películas, los hay
a patadas en YouTube. Disfruto mucho viéndolos, pero no los suelo
hacer; sobretodo porque requieren bastante más tiempo del que parece.
Al menos, si se quiere hacer algo medianamente decente (y que
conste que este tampoco es nada extraordinario); cualquier
chorrada hecha a lo loco es otra historia (de esos también hay a expuertas en YouTube). Además,
se supone que soy un profesional y, aunque parezca presuntuoso, admito que no me gusta ponerme tras las
cámaras ni delante de un programa de edición si no es por alguna
recompensa (preferiblemente económica, aunque no necesariamente). En este caso, sin
embargo, vi el concepto tan claro y definido que era una
lástima no materializarlo (por favor: véanlo en la máxima calidad posible y, si gustan, a pantalla completa). Seguro que hay otros muchos largometrajes que hacen paráfrasis del Mito de la Caverna de Platón, pero estos son los que yo conozco. Dicho sea de paso, espero que todos los potenciales lectores conozcan el susodicho Mito. De lo contrario, me preocuparía bastante por
el estado de nuestro sistema educativo. Quiero decir, más todavía.
Filosofía digerible para la Generación Y. |
En
todas ellas, los protagonistas viven en un mundo ficticio e ilusorio.
Puede ser un sueño, una fantasía, una simulación informática o un
espectáculo televisivo del que son víctimas sin saberlo; pero todo
cuanto ven, oyen y sienten, todo cuanto les rodea, no es (enteramente) real. Como consecuencia, en
la mayoría, aunque no en todas, se produce una búsqueda de la
verdad oculta tras esa ilusión y que, por supuesto, estará plagada
de obstáculos. En primer lugar, porque así es el Mito de la
Caverna y la realidad que pretende reflejar: a Sócrates se lo
cargaron, a Galileo Galilei como que casi y seguramente yo
corra una suerte parecida cuando intente demostrar próximamente que El Caballero Oscuro (Christopher Nolan, 2008) está lejos de ser la
gran obra maestra que muchos consideran. Pero también hay otro
motivo mucho más evidente: toda historia debe tener un nudo.
La naturaleza humana nos hace así de sádicos. De hecho, solemos
disfrutar más de cualquier historia (independientemente del medio a través del cual nos la estén narrando) cuanto más simpatizamos con los protagonistas o cuanto más nos
identificamos con ellos y cuanto mayor valor, astucia y/o sacrificio
suponga la resolución del conflicto. Nos gusta ver a nuestros
héroes sufrir. Visto así, no parecen tan lejanos los combates
de gladiadores ni otras presuntas barbaries. En todo caso, aquí es
donde entra en juego una figura recurrente en estos filmes, aunque se
presente en múltiples formas: los agentes del sistema, que forman
parte de la gran mentira y la defenderán sin miramientos... sean
conscientes de ello o no.
Adorable(s). |
También comparten el hecho de ser muy del gusto de este humilde servidor... Salvo quizás Mulholland Drive
(David Lynch, 2001), que llevo ya un par de años intentado decidir si me gusta o no. Creo que lo
más importante es que todas ellas nos motivan a cuestionar
el mundo que nos rodea, lo cual no es sólo la base más
elemental del pensamiento científico, sino de casi todo proceso
racional. Eso es algo cada vez más importante en una actualidad en
la que somos víctimas de una manipulación mediática brutal y, peor
todavía, somos conscientes e incluso partícipes de ello. Además,
abordan otros asuntos profundamente inherentes del ser humano. En El
Show de Truman (Peter Weir, 1998), sin ir más lejos, se
reflexiona sobre los extremos deleznables a los que son capaces de
llegar los medios de comunicación para atraer la atención del
público y llenarse los bolsillos a su costa. Lo terrible, muy en la
línea de lo comentado anteriormente, es que también nos muestra
como esas mismas audiencias son cómplices casi activos de esas
atrocidades.
Hay muchos otros ejemplos: me hubiera encantado ver El Mundo de Sofía (Erik Gustavson, 1999) cuando di Filosofía en bachiller, pues es idónea para tal propósito pedagógico. Y Abre los Ojos (Alejandro Amenábar, 1997) es un peliculón que prácticamente todos consideran mejor que su remake yanqui y que sirve para tapar bocas entre quienes aseguran estúpidamente que el cine español sólo ofrece mierdas. En ella se trata el tema de las apariencias no sólo en un sentido platónico sino, también, estético: el personaje principal es un tío guapetón, ligón y adinerado que ha obtenido cuanto ha deseado siempre. Al menos, hasta el momento en el que le joden la cara y la vida. Una bonita forma de entrar por la Madriguera del Conejo y pasar al mundo del revés. O quizás sea entonces cuando descubre el mundo tal cual es.
De veras que Penélope Cruz me cae bien sólo por esta 'peli'. |
También merece comentario Dark City (Alex Proyas, 1998), una obra bastante más creativa y satisfactoria que el Matrix (1999) de los Hermanos Wachowski, con la que se asemeja argumental y estéticamente. Resulta injusto que siendo la primera anterior en el tiempo, haya quedado bastante relegada en el olvido, en contraposición con la fama y trascendencia de la segunda.
Es innegable que todos estamos condicionados por nuestras experiencias; ninguno seríamos exactamente nosotros mismos si hubiéramos nacido en otra familia, en otra época o en otro lugar, o si nos hubieran faltado algunas de las personas, de los lugares o de las circunstancias que han forjado nuestra manera de ser. Si alguno de mis padres hubiera fallecido en mi infancia, si mi hermana no hubiera nacido o incluso si hubiera ido a un colegio distinto, mi vida hubiera sido completamente distinta y, en consecuencia, mi personalidad también. La pregunta es: ¿es eso cuanto somos: un compendio de nuestras vivencias y recuerdos? ¿No hay más, no hay algo que nos haga ser quienes somos, independientemente de nuestro entorno? ¿Existe el alma? Ahí reside la esencia de la mencionada Dark City.
Estos de 'Dark City' dan más miedo que los malotes de 'Matrix', no digáis que no. |
Siempre
he tenido un problema bastante grave, y es que sólo sé hablar de
cómic y de cine. Soy así de limitadito, qué le vamos a hacer. Pero quizás no esté tan
mal. Al fin y al cabo, tanto el cómic como el cine, al igual que
cualquier otra manifestación artística y cultural, suponen un
reflejo (a veces fantástico, a veces distorsionado, pero siempre fidedigno) de nuestra realidad; la misma realidad que intentan
explicar, entre otras, la Filosofía, la Historia o la Ciencia. A
última hora, todas estas disciplinas están tan hermosamente relacionadas entre sí como los precisos engranajes de un reloj de cuerda; y, en mi modesta opinión, poquitas cosas son más preciosas que este hecho.
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