Leer
La Gata sobre el Tejado de Zinc
me ha supuesto el equivalente emocional de arrancarme un grano de los
gordos delante del espejo: los sentimientos entremezclados de
vulnerabilidad, dolor, alivio y placer se han dado en una proporción
y en una sucesión muy similares aunque, como cabría esperar, a
niveles muy distintos. Y es un símil muy apropiado ya que, en cierta
manera, eso es lo que hacen los personajes que vamos a comentar:
sacarse la ponzoña de dentro del modo más violento, auto-dañino,
expresivo y satisfactorio.
Siempre
he defendido que las piezas teatrales se disfrutan más viéndolas
representadas que leyéndolas; a fin de cuentas, tal es su objetivo.
O, al menos, lo es en la mayoría de los casos: de todo habrá y de
todo hay en los valles del Señor... Del Señor Joe
Pesci, se sobreentiende:
tomando el ejemplo de George
Carlin, es la única
entidad a la que le rezo. Pero, volviendo al tema: la cuestión es
que, a pesar no haber tenido el placer de verla escenificada en vivo,
sí que he gozado en alguna que otra ocasión con la adaptación
fílmica protagonizada por Paul
Newman y
Elizabeth Taylor
(y estrenada en España entre 1959
y
1960,
para más señas),
bastante célebre de una manera muy merecida. Me esperaba ciertas
divergencias pero, aun así, mi sorpresa ha sobrepasado con creces
todas mis expectativas.
La carátula del DVD. |
Amables
lectores sin consanguinidad conmigo, si es que existís: si alguno de
Ustedes adquiriese el librito de marras, vería que en la portada
aparece el nombre de Tennesse
Williams.
Sin embargo, sería más justo aclarar que fue un trabajo en
conjunto, ya que las distintas versiones que existen del texto son
diferentes combinaciones sobre el manuscrito primigenio de este autor
de las ideas y sugerencias de Elia
Kazan.
Siendo sincero, este reconocimiento me duele en el alma ya que, en la
redacción de estas líneas, he descubierto que fue un delator
durante la Caza de
Bruja
maccarthista.
A uno le entran ganas de volver a ver Buenas
Noches & Buena Suerte,
esa peliculilla de 2006
con la que George
Clooney demostró
ser todavía mejor director que actor y que viene a colación del
tema. Pero bueno, perdono a Kazan por llevar a la gran pantalla Un
Tranvía llamado Deseo,
también basada en una obra de Williams. Además, no creo que le
afectara mi ira en lo más mínimo, y mucho menos donde está ahora
mismo.
Espero
que sepan disculparme si divago en demasía, pero escribir sobre
Williams, o sobre Kazan, invita a tratar muchos otros temas. El más
apetecible, claro está, es el del buen cine; y más ahora que hemos
sacado a colación esa otra maravilla del Hollywood
de los cincuenta, con Marlon
Brando y
Vivien
Leigh
más guapos y espléndidos que nunca. Sin embargo, ése me lo reservo
para otra ocasión; centrémonos en ésta en La
Gata.
El Señor Williams. |
El
personaje al que alude el título es Margaret,
o Maggie,
una hermosísima y atractiva mujer casada con un adinerado
ex-deportista en declive físico, entregado a la bebida; ambos se
encuentran inmersos en una gravísima crisis matrimonial, con su
correspondiente sequía sexual. Para más inri, están en el
cumpleaños y en la casa de su suegro, el de Maggie: un hogar lleno a
rebosar de hipocresía, de insinceridad y de una falta de amor
dolorosa. El abuelete en cuestión es un ricachón temperamental,
orgulloso, autoritario y mujeriego, que no oculta el desprecio
lacerante que siente por casi todos los miembros de su familia y que
se está muriendo de cáncer sin saberlo. En definitiva: el caldo de
cultivo propicio para que el cúmulo de mentiras y sentimientos
reprimidos acabe por explotar y salpicar a todos como una burbuja de
aceite hirviendo.
De
todas las variaciones que existen de La Gata, la que un
servidor ha tenido oportunidad de disfrutar es la definitiva en
palabras del propio Williams. A pesar de ello, encuentro que el
largometraje es bastante superior: tanto la trama como los diálogos
que la componen están desarrolladas de manera más fluida y
ordenada: diálogos magistrales, espléndidos, sobre la vida y la muerte, sobre el amor y su
ausencia, sobre el odio, sobre la descendencia y el legado, sobre el
deseo. Opta por colocar cada parlamento en su lugar apropiado, tanto
en el tiempo como en el espacio; y es que, mientras que en el
original todo sucede en la misma habitación a un tiempo real, la
cinta de Richard Brooks se permite explorar el caserón al
hacer que sus personajillos lo recorran. Especialmente memorable me
parece esa conversación en el sótano, de la que no revelaré
detalles. Esta puesta en escena tan divergente elimina cierta tensión
claustrofóbica, pero se obtiene a cambio una mayor expresividad
escénica, así como la posibilidad de ilustrar acontecimientos que
antes sólo eran sugeridos. El producto cinematográfico también
gana en Gooper, el otro hijo del moribundo, que adquiere una
tridimensionalidad inédita en el papel.
Cartel. |
Sin embargo, la clave de esta historia reside en su emotividad, y ésta es mucho más sincera e intensa en el original. Las expresiones malsonantes y las alusiones al sexo, incluyendo la posible homosexualidad de Brick o de su antaño mejor amigo, el constantemente mencionado Skipper, son mucho más explícitas: a eso se suma el hecho de que Maggie y este último realmente follaron, o lo intentaron, sin recovecos. El filme más elegante en sus maneras, pero queda demasiado descafeinado en la comparación: sólo evita la derrota gracias a la buena dirección de Richard Brooks y a ese reparto tan difícil de superar. Uno se estremece sólo de pensar en lo que habría supuesto un acercamiento más fidedigno a la visión de Williams por parte de este mismo elenco. Lo cierto es que da pie a reflexionar sobre lo avanzado del teatro en tanto que el séptimo arte de la misma época todavía seguía constreñido por la censura. O sobre las necesidades a la hora de adaptar de un medio a otro.
Con
todo esto no pretendo desmitificar al que es, en justicia, una de las
películas más citadas; por el contrario, desde estas líneas,
quisiera recomendárselo a todos los que hayan tenido la paciencia
suficiente para seguirme hasta aquí. Pero quisiera que lo abordaran
siendo conscientes de los aspectos aquí anotados. La belleza de La
Gata sobre el Tejado de Zinc, en todas sus formas, es la belleza
de la emoción humana, algo a lo que resulta permeable incluso el
alma más cínica; y si bien la producción no termina de recoger el
impacto ni la fuerza que debiera, filtra bastante para justificar
sobradamente su posición en la Historia del cine. Únicamente
deseaba trasladar mis elogios a una lectura que ha conseguido
conquistarme de pleno, aun teniendo semejante homónimo con el que
medirse.