27 de octubre de 2014

SHERLOCK HOLMES CONTRA LOS NAZIS


Hoy hablaremos de la primera... Otro día tocará la segunda.

Hacía una burrada que no escribía en este espacio, a pesar de las muchas ganas que siempre tengo... Ya se imaginarán: vicisitudes de esa vida humana presuntamente real que resulta que todos, hasta servidor, tenemos más allá del internet. Para ser sincero, ni siquiera ahora ando libre de tiempo, pero tenía una duda conmigo mismo por solventar. Además, tengo que admitirlo: he hablado de esta bitácora digital con algunas personas nuevas que están empezando a formar parte de mi vida y me gustaría no quedar demasiado mal ante ellas. De todas maneras, no se podrán quejar ustedes, ya que les voy a comentar sobre una película muy especial.

Perdóneme si ya conocen el dato, pero convendría que empezara, a modo de introducción, comentando como Basil Rathbone y Nigel Bruce acabaron constituyendo los Holmes y el Watson más icónicos del séptimo arte. Claro que, si nos ponemos así, a lo mejor debería explicar también los orígenes de ambos personajes en los relatos y novelas de intriga que Sir Arthur Conan-Doyle escribiera a finales del Siglo XIX y comienzos del XX... Centrándonos de nuevo en estos dos actores, se darán cuenta de que, quizás, aunque no le conozcan, les suene el primero por ese ratoncillo súper-detective con el que comparte nombre de pila. Personalmente, no sé si me haría gracia que, tras mi muerte, bautizaran a una alimaña con mi nombre, por muy antropomórfica que sea; pero es una cuestión sobre la que he de reflexionar más. Sí sé que al director de cierta escuela de cocina, famosilla en Andalucía, debió molestarle que le hicieran semejante homenaje, pero en vida, con cierta rata de medio metro que merodeaba por aquellos lares. Realmente, no debería quejarse: me consta que, cuando el pobre animal murió tras años de poner en duda la salubridad del lugar y de ser alimentada con jocosidad por los alumnos, éstos le hicieron un sentido entierro en el patio.

Volvamos al tema que nos ocupaba, antes de que, parafraseando esa novela que nunca he leído, empezáramos a hablar 'de ratones y hombres'. Rathbone y Bruce se ganaron a pulso la etiqueta mencionada, ya que repitieron esos papeles en una larguísima sucesión de películas y de seriales radiofónicos. Muchas de las primeras fueron dirigidas por un tal Roy William Neill, de quien poco sé más. Y dentro de los títulos en común de esta trinidad, hay al menos cuatro que han pasado al dominio público: tres largometrajes y un mediometraje. Antes de que corran como posesos a descargarlas (como si necesitaran de esta excusa para hacerlo, ¡ja!), he de aclarar que se encuentran en tal estado según la legislación estadounidense pero que desconozco la situación legal en España. Resulta irónico y significativo que, en este apartado, los españoles tengamos mayor y mejor acceso a la información legal de otros países que a la nuestra propia. Ahora que caigo, podría haberle preguntado antes a mi 'abogado', entendiendo como tal a cierto amigo que ha cursado Derecho y al que acudo a preguntarle sobre estas preocupaciones chorras que me surgen de vez en cuando. Claro que quizás algún día la Guardia Civil descubra los cadáveres que guardo en el maletero de mi coche y el apelativo cariñoso no vaya tan en broma: quién sabe.

El primero de estos documentos de dominio público es SHERLOCK HOLMES Y EL ARMA SECRETA. Y lo primero que llama la atención en ella es que renuncia a la ambientación victoriana habitual de estas criaturas para trasladarlas en plena Segunda Guerra Mundial. El filme está fechado en 1943, en la época real del conflicto, con lo que supongo que este cambio de marco tiene que ver o con una intencionalidad propagandística que, curiosamente, enlaza con el tono de algunas de sus últimas historias, o con el objetivo de reducir gastos de producción. Es especialmente emotivo cuando vemos esa Londres preparada contra los ataques aéreos. Pero vamos, pueden ver que eso de llevar a la actualidad a estos héroes no es algo que se inventara la BBC (...que, por cierto, por si nunca se han parado a reflexionar sobre ello, algunas veces parece tener más en común con Batman que con el propio Holmes, con su Robin=Watson, su Hudson=Alfred, su Lestrade=Gordon, su Moriarty=Joker, su Irene=Catwoman y demás).

A pesar de esta condición icónica a la que me refería, la genial dupla de intérpretes están muy alejados de ser los Holmes y Watson perfectos, como sí lo serían, nuevamente en la 'tele', el magistral Jeremy Brett y su compañero de turno en una serie que entusiasmaría a toda la juventud que hasta hace poco se regocijaba con HOUSE y similares. El Doctor Watson es aquí un práctico bufón que comparte su condición de alivio humorístico con el Inspector de Policía Lestrade, lejos del compañero leal, valeroso y útil de otras versiones. Al menos, resulta más interesante y simpática que un Holmes demasiado perfecto en su rol de héroe y, en consecuencia, plano: en ningún momento muestra señal alguna de arrogancia, misoginia, drogadicción ni ninguna de las idiosincrasias que hacen a su homólogo literario tan sumamente interesante, incluso más allá de sus exóticas aventuras.

Lejos de ser algo negativo, este último aspecto refuerza el encanto de la trama, basado en la clásica lucha entre un bien y un mal absolutos, sin ambigüedades ni grados entre ambos extremos. Clasicismo que aquí responde a una clara intención política, tal y como señalábamos, al adjudicarle una y otra función a los distintos bandos del enfrentamiento bélico. Bueno, la verdad es que no se puede decir que los nazis no se lo buscaran ellos solitos. Curiosamente, el principal antagonista no se encuentra entre estos, pero sí que está más que dispuesto ayudarles en nombre del lucro personal. Hablamos, cómo no, del Profesor Moriarty, que en esta ocasión, apoyado por los rasgos tan particulares de Lionel Atwill, trasmite mezquindad a la vez que una fría inteligencia... Incluso en momentos en los parece realmente demasiado corto de luces al caer en el tópico de no querer matar a tu enemigo ni teniendo todas las malditas oportunidades. Es curioso como este personaje, que aparece en muy poquitos de los escritos de Conan-Doyle, y siempre únicamente mencionado (incluso en el célebre 'El Problema Final'), ha acabado por convertirse en el gran adversario por antonomasia de Holmes y en el modelo de villano más prototípico, como se demostraría una y mil veces (destacaría, a modo personal, la novela gráfica THE LEAGUE OF THE EXTRAORDINARY GENTLEMEN de Alan Moore). Y uso el término 'villano' muy a mi pesar: aunque hace bastante que perdió su connotación clasista, sigue guardando en sus raíces el desprecio por las personas de procedencia humilde.

El argumento tiene poco que ver con el material de partida, más allá de la referencia a 'La Aventura de los Bailarines' en la que se inspira una parte: el Detective de la Calle Baker debe rescatar de las fuerzas del Eje a un joven científico con un invento que podría ser decisivo en la contienda. Lamentablemente, una vez en Inglaterra, todas las precauciones son pocas y ocurre lo que tenía que ocurrir, llevando a una carrera contrarreloj antes de que el chaval suelte prenda y meta a los Aliados en un buen lío. Como no podía ser de otra manera, destaca la audacia y el soberano intelecto de nuestro protagonista a la hora de resolver los obstáculos que se le presentan... Pero la narración es demasiado fluida y continua como para que los misterios que se plantean generen auténtico suspense, lo que la hermana con las recientes versiones fílmicas de Guy Ritchie. Sin suspense, tampoco se proponen pistas que sirvan a la platea para elucubrar durante el primer visionado: los monigotes que deja el desaparecido tras de sí no cuentan como tales, y menos mal, porque hubiera sido un auténtico plomazo si se hubieran detenido demasiado sobre los mismos. Esta presunta carencia no debe suponer motivo de rechazo, dado que la cinta, incluso desde los medios de la época, es capaz de entretener incluso a los más modernillos y menos imaginativos de los espectadores actuales. Todo a pesar de las limitaciones de los medios de la época, particularmente notables en la supuesta maestría en el disfraz que ha de lucir Rathbone y que sólo resulta mínimamente creíble gracias a su labor actoral. Hablando del contexto temporal, la fotografía es previsiblemente en blanco en negro, con preponderancia no exclusiva de planos abiertos que imitan el modelo teatral: más cortos que los medios son realmente escasísimos. Sin embargo, existen ediciones con un color digital muy artificioso, con aparente textura de emplasto, pero que dotan al metraje de una estética, por qué no decirlo, bella: casi como pintura en movimiento.

El mayor defecto que le encuentro es lo poco que sale la Señora Hudson. Nunca hay bastante de la Señora Hudson. Pero, por lo demás, es perfecta tanto para seguidores a ultranza del llamado 'canon holmesiano' como para quienes, simplemente, quieran pasar un buen rato. En una época como ésta, en la que se tiende a valor las obras cinematográficas por los efectos digitales y por las capacidades atléticas de los héroes en detrimento de otros valores como la honestidad, el valor o la astucia, no está de más volver a ejemplos como éste, que nos recuerdan donde está realmente el atractivo de una buena aventura.