Hoy hablaremos de la primera... Otro día tocará la segunda. |
Hacía una burrada
que no escribía en este espacio, a pesar de las muchas ganas que
siempre tengo... Ya se imaginarán: vicisitudes de esa vida humana
presuntamente real que resulta que todos, hasta servidor, tenemos más
allá del internet. Para ser sincero, ni siquiera ahora ando libre de
tiempo, pero tenía una duda conmigo mismo por solventar. Además,
tengo que admitirlo: he hablado de esta bitácora digital con algunas
personas nuevas que están empezando a formar parte de mi vida y me
gustaría no quedar demasiado mal ante ellas. De todas maneras, no se
podrán quejar ustedes, ya que les voy a comentar sobre una película
muy especial.
Perdóneme si ya
conocen el dato, pero convendría que empezara, a modo de
introducción, comentando como Basil Rathbone y Nigel Bruce acabaron
constituyendo los Holmes y el Watson más icónicos del séptimo
arte. Claro que, si nos ponemos así, a lo mejor debería explicar
también los orígenes de ambos personajes en los relatos y novelas
de intriga que Sir Arthur Conan-Doyle escribiera a finales del Siglo
XIX y comienzos del XX... Centrándonos de nuevo en estos dos
actores, se darán cuenta de que, quizás, aunque no le conozcan, les
suene el primero por ese ratoncillo súper-detective con el que
comparte nombre de pila. Personalmente, no sé si me haría gracia
que, tras mi muerte, bautizaran a una alimaña con mi nombre, por muy
antropomórfica que sea; pero es una cuestión sobre la que he de
reflexionar más. Sí sé que al director de cierta escuela de
cocina, famosilla en Andalucía, debió molestarle que le hicieran
semejante homenaje, pero en vida, con cierta rata de medio metro que
merodeaba por aquellos lares. Realmente, no debería quejarse: me
consta que, cuando el pobre animal murió tras años de poner en duda
la salubridad del lugar y de ser alimentada con jocosidad por los
alumnos, éstos le hicieron un sentido entierro en el patio.
Volvamos al tema que
nos ocupaba, antes de que, parafraseando esa novela que nunca he
leído, empezáramos a hablar 'de ratones y hombres'. Rathbone y
Bruce se ganaron a pulso la etiqueta mencionada, ya que repitieron
esos papeles en una larguísima sucesión de películas y de seriales
radiofónicos. Muchas de las primeras fueron dirigidas por un tal Roy
William Neill, de quien poco sé más. Y dentro de los títulos en
común de esta trinidad, hay al menos cuatro que han pasado al
dominio público: tres largometrajes y un mediometraje. Antes de que
corran como posesos a descargarlas (como si necesitaran de esta
excusa para hacerlo, ¡ja!), he de aclarar que se encuentran en tal
estado según la legislación estadounidense pero que desconozco la
situación legal en España. Resulta irónico y significativo que, en
este apartado, los españoles tengamos mayor y mejor acceso a la
información legal de otros países que a la nuestra propia. Ahora
que caigo, podría haberle preguntado antes a mi 'abogado',
entendiendo como tal a cierto amigo que ha cursado Derecho y al que
acudo a preguntarle sobre estas preocupaciones chorras que me surgen
de vez en cuando. Claro que quizás algún día la Guardia Civil
descubra los cadáveres que guardo en el maletero de mi coche y el
apelativo cariñoso no vaya tan en broma: quién sabe.
El primero de estos
documentos de dominio público es SHERLOCK HOLMES Y EL ARMA SECRETA.
Y lo primero que llama la atención en ella es que renuncia a la
ambientación victoriana habitual de estas criaturas para
trasladarlas en plena Segunda Guerra Mundial. El filme está fechado
en 1943, en la época real del conflicto, con lo que supongo que este
cambio de marco tiene que ver o con una intencionalidad
propagandística que, curiosamente, enlaza con el tono de algunas de
sus últimas historias, o con el objetivo de reducir gastos de
producción. Es especialmente emotivo cuando vemos esa Londres
preparada contra los ataques aéreos. Pero vamos, pueden ver que eso
de llevar a la actualidad a estos héroes no es algo que se inventara
la BBC (...que, por cierto, por si nunca se han parado a reflexionar
sobre ello, algunas veces parece tener más en común con Batman que
con el propio Holmes, con su Robin=Watson, su Hudson=Alfred, su
Lestrade=Gordon, su Moriarty=Joker, su Irene=Catwoman y demás).
A pesar de esta
condición icónica a la que me refería, la genial dupla de
intérpretes están muy alejados de ser los Holmes y Watson
perfectos, como sí lo serían, nuevamente en la 'tele', el magistral
Jeremy Brett y su compañero de turno en una serie que entusiasmaría
a toda la juventud que hasta hace poco se regocijaba con HOUSE y
similares. El Doctor Watson es aquí un práctico bufón que comparte
su condición de alivio humorístico con el Inspector de Policía
Lestrade, lejos del compañero leal, valeroso y útil de otras
versiones. Al menos, resulta más interesante y simpática que un
Holmes demasiado perfecto en su rol de héroe y, en consecuencia,
plano: en ningún momento muestra señal alguna de arrogancia,
misoginia, drogadicción ni ninguna de las idiosincrasias que hacen a
su homólogo literario tan sumamente interesante, incluso más allá
de sus exóticas aventuras.
Lejos de ser algo
negativo, este último aspecto refuerza el encanto de la trama,
basado en la clásica lucha entre un bien y un mal absolutos, sin
ambigüedades ni grados entre ambos extremos. Clasicismo que aquí
responde a una clara intención política, tal y como señalábamos,
al adjudicarle una y otra función a los distintos bandos del
enfrentamiento bélico. Bueno, la verdad es que no se puede decir que
los nazis no se lo buscaran ellos solitos. Curiosamente, el principal
antagonista no se encuentra entre estos, pero sí que está más que
dispuesto ayudarles en nombre del lucro personal. Hablamos, cómo no,
del Profesor Moriarty, que en esta ocasión, apoyado por los rasgos
tan particulares de Lionel Atwill, trasmite mezquindad a la vez que
una fría inteligencia... Incluso en momentos en los parece realmente
demasiado corto de luces al caer en el tópico de no querer matar a
tu enemigo ni teniendo todas las malditas oportunidades. Es curioso
como este personaje, que aparece en muy poquitos de los escritos de
Conan-Doyle, y siempre únicamente mencionado (incluso en el célebre
'El Problema Final'), ha acabado por convertirse en el gran
adversario por antonomasia de Holmes y en el modelo de villano más
prototípico, como se demostraría una y mil veces (destacaría, a
modo personal, la novela gráfica THE LEAGUE OF THE EXTRAORDINARY
GENTLEMEN de Alan Moore). Y uso el término 'villano' muy a mi pesar:
aunque hace bastante que perdió su connotación clasista, sigue
guardando en sus raíces el desprecio por las personas de procedencia
humilde.
El argumento tiene
poco que ver con el material de partida, más allá de la referencia
a 'La Aventura de los Bailarines' en la que se inspira una parte: el
Detective de la Calle Baker debe rescatar de las fuerzas del Eje a un
joven científico con un invento que podría ser decisivo en la
contienda. Lamentablemente, una vez en Inglaterra, todas las
precauciones son pocas y ocurre lo que tenía que ocurrir, llevando a
una carrera contrarreloj antes de que el chaval suelte prenda y meta
a los Aliados en un buen lío. Como no podía ser de otra manera,
destaca la audacia y el soberano intelecto de nuestro protagonista a
la hora de resolver los obstáculos que se le presentan... Pero la
narración es demasiado fluida y continua como para que los misterios
que se plantean generen auténtico suspense, lo que la hermana con
las recientes versiones fílmicas de Guy Ritchie. Sin suspense,
tampoco se proponen pistas que sirvan a la platea para elucubrar
durante el primer visionado: los monigotes que deja el desaparecido
tras de sí no cuentan como tales, y menos mal, porque hubiera sido
un auténtico plomazo si se hubieran detenido demasiado sobre los
mismos. Esta presunta carencia no debe suponer motivo de rechazo,
dado que la cinta, incluso desde los medios de la época, es capaz de
entretener incluso a los más modernillos y menos imaginativos de los
espectadores actuales. Todo a pesar de las limitaciones de los medios
de la época, particularmente notables en la supuesta maestría en el
disfraz que ha de lucir Rathbone y que sólo resulta mínimamente
creíble gracias a su labor actoral. Hablando del contexto temporal,
la fotografía es previsiblemente en blanco en negro, con
preponderancia no exclusiva de planos abiertos que imitan el modelo
teatral: más cortos que los medios son realmente escasísimos. Sin
embargo, existen ediciones con un color digital muy artificioso, con
aparente textura de emplasto, pero que dotan al metraje de una
estética, por qué no decirlo, bella: casi como pintura en
movimiento.
El mayor defecto que
le encuentro es lo poco que sale la Señora Hudson. Nunca hay
bastante de la Señora Hudson. Pero, por lo demás, es perfecta tanto
para seguidores a ultranza del llamado 'canon holmesiano' como para
quienes, simplemente, quieran pasar un buen rato. En una época como
ésta, en la que se tiende a valor las obras cinematográficas por
los efectos digitales y por las capacidades atléticas de los héroes
en detrimento de otros valores como la honestidad, el valor o la
astucia, no está de más volver a ejemplos como éste, que nos
recuerdan donde está realmente el atractivo de una buena aventura.