28 de marzo de 2015

CINE: 'ÉRASE UNA VEZ EN AMÉRICA'.


 
'Érase una vez en América' (1984) es una de las películas más bellas de la historia del séptimo arte. Resulta sorprendente que, después de haber ejecutado maravillas como 'El bueno, el feo y el malo' (1966) o 'Hasta que llegó su hora' (1968), el ya legendario Sergio Leone y su equipo consiguieran superarse a sí mismos de una manera tan contundente. Pero lo hicieron.

Tal vez, sólo tal vez, el film recuerde demasiado a 'El padrino: parte II' (Francis Ford Coppola, 1974), con la que comparte mucho más que una ambientación idéntica o la presencia de Robert De Niro. Parece como si Leone, mucho más itálico que el propio Coppola, intentara evitar esta comparación al presentar a la mafia judía en vez de a la siciliana; pero no funciona. Aun así, los tonos e intencionalidades de la cinta que nos ocupa son bastante diferentes a los de su afamada partenaire. En gran parte, gracias a ese uso de los silencios, las miradas y los momentos distendidos en el tiempo, tan particulares del cineasta romano. Con ellos, consigue otros ritmos y extrae otras interiorizaciones de los personajes. También, imposible no decirle, le debe muchísimo a la indescriptiblemente hermosa música de su habitual Ennio Morricone.

Desde una perspectiva frívola, resulta el remate idóneo para la trayectoria de este director antes de su deceso. Al fin y al cabo, desde la llamada 'trilogía del dólar', su filmografía supone todo un repaso de la América fantasiosa legada por el cine 'made in Hollywood'. Aunque siempre, cabe añadir, maravillosamente regurgitada desde una sensibilidad europea, con la que consigue ganar a los yanquis en su propio juego. De esta manera, conduce a su público desde el auge y el ocaso del Lejano Oeste, pasando por la Revolución mexicana en '¡Agáchate, maldito!' (1971). Aquí le lleva hasta el renacimiento de los Estados Unidos en la modernidad: los códigos y los entresijos han cambiado, pero sigue siendo reminiscente de aquellos parajes hostiles y desérticos, cruzados por las balas y carentes de ley.

En frío, no deja de ser una historia de tantas sobre los gánsteres de la ley seca y su relación con los poderes públicos. Pero un metraje tan extenso (al menos, en su edición europea) da para tocar muchos temas: más en un cine como el de Leone, donde los personajes priman sobre el medio por mucho que éste se muestre idóneo. Y si De Niro está impresionante en ésta, no hay palabras para el trabajo James Woods. Ambos nos hablan de la amistad, de la juventud y del paso del tiempo. Este reparto insuperable también cuenta con la relativamente breve participación de una jovencísima Jennifer Connelly: uno casi se espera ver a su contrapartida adulta con el paso del tiempo.

Como toda buena peli de Leone, la trama arranca con un asesinato a tiros y con el planteamiento de un misterio; y girará en torno a 'Noodles', un cachorro que, como Vito Corleone, sabrá ascender desde lo más bajo del escalafón criminal para convertirse en uno de los indiscutibles reyes de la ciudad. No lo hará solo; y, en este contexto, su amistad con Max y su amor por Deborah le dividirán constantemente a lo largo de toda su vida. El quid del largometraje no será otro que, precisamente, la capacidad de elección; y, siguiendo el hilo de este discurso, el montaje no lineal cobrará su auténtica significación en su tramo final. Los espectadores más sagaces podrán llegar a preguntarse si, acaso, nuestro protagonista llegó a abandonar realmente el fumadero de opio donde le vimos al principio de todo. Y es entonces cuando deberán elegir. Como hace Noodles en última instancia. Como llevaba haciendo, realmente, desde el principio.

Que es, al fin y al cabo, para lo bueno y para lo malo, en lo que consiste la vida.

26 de marzo de 2015

DE CHOCOS, MAKIS Y MEAOS.


El reciente y tristísimo fallecimiento de Pedro Reyes me retrotrae a su compañerismo con Pablo Carbonel, a los Toreros Muertos y a su impagable 'agüita amarilla'.

También me recuerda su papel, aunque breve, en las dos películas de Makinavaja ['Makinavaja, el Último Choriso' y 'Semos peligrosos (uséase Makinavaja 2)', del 92 y del 93 respectivamente, ambas de Carlos Suárez]. Basadas en el cómic de Ivá, sin duda alguna se han visto relegadas por el sentimiento moderno de lo políticamente correcto, aunque su humor brutal y su crítica sin concesiones tengan a día de hoy tanta vigencia como entonces, si no más todavía, si eso fuera posible.

Pero, sobretodo, me hace pensar en Málaga, donde casi le conocí hace poco, y en la Huelva que compartíamos: una Huelva, tanto capital como provincia, menospreciada y auto-menospreciada en su larga importancia histórica, en su excelsa gastronomía, en su indescriptible belleza; una Huelva merecedora de mil halagos y, a la vez, de mil improperios. Un hechizo cae sobre ella, haciéndola parecer atrapada en ámbar; por mucho que pase el tiempo, por muchas idas y venidas, nunca parece cambiar. No realmente, no en lo importante. Aunque quizá sólo sea el olor químico que encubre el aroma natural de las marismas. Quizá.

Resulta improbable que Ivá llegara a saberlo nunca, resulta imposible saber ya si Pedro Reyes llegó a percibirlo, pero Huelva hubiese sido el escenario idóneo para el Maki: por su picaresca y su tozudez, por el lamentable aire de cutrez, surrealismo e inconsciente caricatura de muchos de sus aspectos. Pero también por la pequeñez y la familiaridad, relativas y entrañables, de sus lugares y de sus gentes; por su honestidad. Por lo fácil que es amarla. La ficción del Maki y la realidad de Huelva son microcosmos que te atrapan y nunca te abandonan; te hacen suyo, y se hacen tuyos. Tanto si procedes de ellas como si estuviste de paso, si de verdad las viviste en vez de limitarte a ser residente, el pasear por las calles, las avenidas y las plazas onubenses es lo más parecido a transitar por tu propio ser, a caminar entre recuerdos, pensamientos, sentimientos y fantasmas.

Porque, tristemente, al final, no deja de ser cierto que “en un mundo podrío y sin ética, a las personas sensibles sólo nos queda la estética.”