26 de marzo de 2015

DE CHOCOS, MAKIS Y MEAOS.


El reciente y tristísimo fallecimiento de Pedro Reyes me retrotrae a su compañerismo con Pablo Carbonel, a los Toreros Muertos y a su impagable 'agüita amarilla'.

También me recuerda su papel, aunque breve, en las dos películas de Makinavaja ['Makinavaja, el Último Choriso' y 'Semos peligrosos (uséase Makinavaja 2)', del 92 y del 93 respectivamente, ambas de Carlos Suárez]. Basadas en el cómic de Ivá, sin duda alguna se han visto relegadas por el sentimiento moderno de lo políticamente correcto, aunque su humor brutal y su crítica sin concesiones tengan a día de hoy tanta vigencia como entonces, si no más todavía, si eso fuera posible.

Pero, sobretodo, me hace pensar en Málaga, donde casi le conocí hace poco, y en la Huelva que compartíamos: una Huelva, tanto capital como provincia, menospreciada y auto-menospreciada en su larga importancia histórica, en su excelsa gastronomía, en su indescriptible belleza; una Huelva merecedora de mil halagos y, a la vez, de mil improperios. Un hechizo cae sobre ella, haciéndola parecer atrapada en ámbar; por mucho que pase el tiempo, por muchas idas y venidas, nunca parece cambiar. No realmente, no en lo importante. Aunque quizá sólo sea el olor químico que encubre el aroma natural de las marismas. Quizá.

Resulta improbable que Ivá llegara a saberlo nunca, resulta imposible saber ya si Pedro Reyes llegó a percibirlo, pero Huelva hubiese sido el escenario idóneo para el Maki: por su picaresca y su tozudez, por el lamentable aire de cutrez, surrealismo e inconsciente caricatura de muchos de sus aspectos. Pero también por la pequeñez y la familiaridad, relativas y entrañables, de sus lugares y de sus gentes; por su honestidad. Por lo fácil que es amarla. La ficción del Maki y la realidad de Huelva son microcosmos que te atrapan y nunca te abandonan; te hacen suyo, y se hacen tuyos. Tanto si procedes de ellas como si estuviste de paso, si de verdad las viviste en vez de limitarte a ser residente, el pasear por las calles, las avenidas y las plazas onubenses es lo más parecido a transitar por tu propio ser, a caminar entre recuerdos, pensamientos, sentimientos y fantasmas.

Porque, tristemente, al final, no deja de ser cierto que “en un mundo podrío y sin ética, a las personas sensibles sólo nos queda la estética.”

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