El reciente y tristísimo
fallecimiento de Pedro Reyes me retrotrae a su compañerismo con
Pablo Carbonel, a los Toreros Muertos y a su impagable 'agüita
amarilla'.
También me recuerda su
papel, aunque breve, en las dos películas de Makinavaja
['Makinavaja, el Último Choriso' y 'Semos peligrosos (uséase
Makinavaja 2)', del 92 y del 93 respectivamente, ambas de Carlos
Suárez]. Basadas en el cómic de Ivá, sin duda alguna se han visto
relegadas por el sentimiento moderno de lo políticamente correcto,
aunque su humor brutal y su crítica sin concesiones tengan a día de
hoy tanta vigencia como entonces, si no más todavía, si eso fuera
posible.
Pero, sobretodo, me hace
pensar en Málaga, donde casi le conocí hace poco, y en la Huelva
que compartíamos: una Huelva, tanto capital como provincia,
menospreciada y auto-menospreciada en su larga importancia histórica,
en su excelsa gastronomía, en su indescriptible belleza; una Huelva
merecedora de mil halagos y, a la vez, de mil improperios. Un hechizo
cae sobre ella, haciéndola parecer atrapada en ámbar; por mucho que
pase el tiempo, por muchas idas y venidas, nunca parece cambiar. No
realmente, no en lo importante. Aunque quizá sólo sea el olor
químico que encubre el aroma natural de las marismas. Quizá.
Resulta improbable que
Ivá llegara a saberlo nunca, resulta imposible saber ya si Pedro
Reyes llegó a percibirlo, pero Huelva hubiese sido el escenario
idóneo para el Maki: por su picaresca y su tozudez, por el
lamentable aire de cutrez, surrealismo e inconsciente caricatura de
muchos de sus aspectos. Pero también por la pequeñez y la
familiaridad, relativas y entrañables, de sus lugares y de sus
gentes; por su honestidad. Por lo fácil que es amarla. La ficción
del Maki y la realidad de Huelva son microcosmos que te atrapan y
nunca te abandonan; te hacen suyo, y se hacen tuyos. Tanto si
procedes de ellas como si estuviste de paso, si de verdad las viviste
en vez de limitarte a ser residente, el pasear por las calles, las
avenidas y las plazas onubenses es lo más parecido a transitar por
tu propio ser, a caminar entre recuerdos, pensamientos, sentimientos
y fantasmas.
Porque, tristemente, al
final, no deja de ser cierto que “en un mundo podrío y sin ética,
a las personas sensibles sólo nos queda la estética.”
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