27 de abril de 2014

Viaje a las Estrellas: Parte II - Fin de Etapa.


Antes que nada, quisiera señalar que, redactando estas líneas, he descubierto que comparto cumpleaños con Nichelle Nichols. Uhm, ¿creéis que aceptaría hacer una celebración conjunta conmigo y con Stan Lee?

Nada que envidiar a Zoe Saldaña... Al menos, entonces.

Bueno, a lo nuestro: 

Dos de los nombres claves en la firma Star Trek son los de Nicholas Meyer y Leonard Nimoy. El primero fue el artífice de la grandiosa Star Trek II: La Ira de Khan (tratada en la primera parte): no sólo la dirigió, sino que también metió mano en el guión. Nimoy, amén de ser uno de los protagonistas más destacados, tomó el relevo de Meyer tras las cámaras, ejerciendo exactamente la misma labor en la siguiente. Y, más tarde, ambos co-escribirían tanto Star Trek IV como Star Trek VI.

En la primera de estas dos colaboraciones fue Nimoy quien retomó la dirección; en la segunda, le cedió el puesto a Meyer. El primer caso resultó en el mayor éxito de público de la franquicia (hasta J. J. Abrams). El segundo fue la segunda mejor del conjunto tras La Ira de Khan. No era para menos: el papi había vuelto.

No nos olvidamos de ella, seguid leyendo...

Star Trek V: La Última Frontera supone una especie de paréntesis entre estas dos grandes obras: aquí en España ni siquiera se estrenó en salas de cine, comercializándose directamente en el mercado doméstico. Todas las entregas de Nimoy y Meyer están relacionadas: cada una parte de los acontecimientos con los que finalizó la anterior, por lo que son necesarias entre sí para disfrutarlas plenamente. Sin embargo, no precisan en absoluto ni de la I ni de esta V que nos ocupa. No es coincidencia que ambas sean las peores del conjunto y, de hecho, estoy seguro que pocos las hubieran echado de menos si todas estas películas no tuvieran los títulos numerados en los créditos iniciales. También resulta que comparten muchos elementos en común, empezando por un rival con el que Spock se siente hermanado y que busca literalmente a un Creador con ce mayúscula... Sólo que aquí los sentimientos del mestizo alienígena tendrán mayor razón de ser y las alusiones al Dios judeocristiano no serán tan sutiles.

Uno de los grandes méritos de William Shatner consiste, básicamente, en haber sabido reírse de sí mismo a lo largo de su carrera, explotando su fama de sinvergüenza arrogante y mujeriego. El abogado Denny Crane, su otro gran papel tras James Kirk, no es otra cosa que una versión salvaje y desenfrenada de sí mismo a una edad ya madura. Quien no haya visto nunca ningún capitulillo de Boston Legal no sabe, literalmente, lo que se pierde. Que esta gran serie no tuviera, en su momento, la misma acogida que otras como Juego de Tronos es sintomático del mundo en el que vivimos.

Repitan conmigo: "¡Denny Crane!"

Y, precisamente, es en Denny Crane en quien pienso viendo Star Trek V, porque toda ella parece un delirio febril de su mente senil y lujuriosa. El problema no se encuentra en la dirección de Shatner, sino en el guión que co-escribiera con el mismísimo Gene Roddenberry y que, básicamente, supone una concatenación de momentos bochornosos que no me atrevo ni a describir.

Ahora bien, que la auto-parodia no sea premeditada ni inteligente, como sí lo fuera en Star Trek IV, no significa que sea menos divertida. Y, para ser justos, toda la saga tiene su cuota de momentos bochornosos. Incluso La Ira de Khan. Especialmente La Ira de Khan. Ese famoso gritito... Además, aun siendo esencial es los otros largometrajes, es en este en concreto donde más luce la profunda amistad que une a la tripulación del Enterprise; especialmente a Kirk, a Spock y a Huesos McCoy, que protagonizarán en esta algunos de sus momentos más emotivos y entrañables.

Si lo hubiera hecho J. J. Abrams, seguro que nadie lo vería tan ridículo.

Para cuando se estrenó, ya había una nueva serie de televisión y, junto con ella, toda una nueva generación de personajes capaces de protagonizar sus propias aventuras cinematográficas. Lo cierto es que la idea de un relevo generacional venía planteándose desde la primera cinta; no en vano sus protagonistas se pasan luego las siguientes cinco hablando de lo viejos que se sienten o contemplando un futuro aparentemente incierto. Pero cada paso en esta dirección acababa invalidado posteriormente. El caso más flagrante fue el de Spock, pero no el único: también son claros ejemplos la degradación de Kirk, de Almirante a nuevamente Capitán, o la entrega de un nuevo Enterprise tras la destrucción del original, exactamente idéntico. 

Star Trek VI: Aquel País Desconocido (1992) fue la que acabó con este eterno regreso a un mismo status quo. Irónicamente, también fue la última que vio Roddenberry con vida, de ahí la dedicatoria del comienzo. Evidentemente, la historia estaba obligada a no defraudar, y por fin se narraba el cese de las hostilidades entre la Federación de Planetas y el Imperio Klingon, a consecuencia de que este último sufra su particular Chernobyl y a su particular Gorbachev. Hasta entonces, las parábolas hacia la Guerra Fría habían sido una constante, junto con las referencias bíblicas como detonantes de dilemas morales descomunales o de grandes preguntas existenciales. Especialmente memorable se hizo en la IV, donde el asunto trascendió la barrera de la metaficción y confrontaba directamente a nuestros viajeros estelares: en un film donde aparecía el auténtico Enterprise, por primera vez, y justificadamente, le oíamos acento ruso a Chekov (en el doblaje castellano, claro). En esta ocasión, Nimoy y Meyer se aprovecharon de que la Caída del Muro de Berín todavía era reciente para trasladar su impacto en la gran pantalla.

El capítulo final. Más o menos.

Ver y oír a Christopher Plummer recitando a Shakespeake en klingon es tan impagable como contemplar al Señor Spock o a Kirk haciendo lo propio, en nuestro idioma, con Sir Arthur Conan Doyle o con Sir James Barrie. El vulcano, por cierto, se insinúa nada menos que descendiente del mencionado escritor, ¿o lo será, acaso, del mismísimo Sherlock Holmes? De cualquier manera, son detalles anecdóticos dentro una producción impecable, que rescata consecuencias emocionales de una tragedia olvidada, hasta entonces negligentemente olvidada por los guionistas, y que cumple satisfactoriamente su función de capítulo final.

El único reproche importante que se puede hacer es la ausencia de Saavik; su aparición entraba dentro de los primeros planes, pero acabó siendo sustituida por otro personaje exactamente idéntico. Con ello se pierde el impacto que hubieran tenido su presencia y sus acciones si hubieran venido de la original. Además, que la encarne la rubia casquivana de Sexo en Nueva York resulta algo chocante. Bueno, también me quejo de los créditos finales conformados, inicialmente, por los autógrafos de los actores: a los fans más mitómanos les satisfará, pero no deja de resultar un pelín presuntuoso. 

En los últimos instantes, Constantino Romero parafrasea la introducción de la serie original y, en esta ocasión, sabemos lo que significa. Star Trek continuaría (lo mismo que el presente comentario crítico, dicho sea de paso), pero nunca volvería a ser lo mismo.

Y no lo olviden... "¡Denny Crane!"

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