20 de mayo de 2014

Animación: El Batman de Miller.


Frank Miller es uno de los escasos autores del noveno arte conocidos por el público general, aunque sólo sea por las traducciones al séptimo que han protagonizado algunas de sus creaciones, como 300 o Sin City. Lamentablemente, esto me recuerda la infinita y estupidísima hipocresía de aquellos que evitan la lectura de tebeos por considerarlos infantiles o de frikis, pero que disfrutan enormemente con muchas adaptaciones mediáticas de los mismos.

Son muchas, muchísimas, las obras que podríamos destacar de este genio de las viñetas, pero le tengo especial cariño al trabajo que realizó con Batman en los años ochenta. El Hombre Murciélago ya tenía más de cuatro décadas a su espalda, pero pareció nacer por primera vez de la mano de este artista. Tanto es así que su versión del Hombre Murciélago ha influido poderosamente en todas las posteriores; no sólo en la página impresa si no, también, en sus hazañas audiovisuales. Así lo demuestra su impronta en los dos filmes de Tim Burton (el icónico primer Batman y el magistral Batman Vuelve), en la estupenda pero sobrevaloradísima trilogía de Christopher Nolan o en las inmejorables series animadas de Bruce Timm y Paul Dini. Hasta en su futuro cruce cinematográfico con Superman, según nos revelan los avances.

El hombre en cuestión.

No sólo fue trascendental en la trayectoria del personaje, si no, también, en el devenir del medio. Concretamente, El Regreso del Señor de la Noche, junto con el Watchmen de Alan Moore y Dave Gibbons, cambió para siempre, de una manera literal, el cómic de súper héroes. También fue el primer tebeo del Murciélago que leyó un servidor, aunque ya entonces lo conocía de sobras gracias al cine y a la televisión. El tomo de Norma Editorial se encontraba (y creo que todavía se encuentra) en la sección infantil de la biblioteca de mi ciudad (sección donde NO debería encontrarse). Aquella primera lectura de esta gran historieta, acometida en mis postreros años de primaria, sigue encontrándose entre las experiencias más placenteras y satisfactorias que puedo recordar.

Años más tarde, dicha colección de novelas gráficas acabarían siendo adaptadas en tres de las DC Universe Animated Original Movies. Obviamente, estas carecen del relumbrón que habría tenido una producción en imagen real como la que estaba gestando el mitificado Darren Aronofsky con el propio Miller. Aun así, la participación de Bryan Cranston, Peter Weller, Eliza Dushku y Katee Sackhoff podría servir para atraer a fetichistas de Breaking Bad (o de Malcom), de la saga Robocop, de Buffy Cazavampiros o de Battlestar Galactica, respectivamente (también hay unos cuantos de mi adorada Boston Legal). En la versión española tenemos, entre otras voces, la de Claudio Serrano, quien ya dobló al encapotado en las cintas de Nolan. 

Batman y Gordon.

Estas películas animadas imitan al detalle lo visto en el papel, incluso en el apartado gráfico; así lo certifican los créditos finales de la primera de ellas, donde se nos muestran algunas de las impresionantes viñetas originales de David Mazzuchelli. Los escasos cambios introducidos son tan necesarios para la traslación de un medio a otro como prácticamente imperceptibles. A pesar de ello, y aun mostrando una gran calidad, el tríptico se encuentra lejos de igualar el nivelazo del material de partida. Para esclarecer el motivo quizás habría que analizar las características propias de dos canales tan distintos como el noveno y el séptimo arte. A propósito del tema: uno de los defectos que comparten ambas versiones radica en el hecho de apoyarse excesivamente en el valor de Batman como icono, o el de héroes invitados como Superman o Flecha Verde (el mismo de la reciente y afamada Arrow), dándose por sentado que lectores y espectadores conocen de antemano el carácter de algunos personajes o la naturaleza de las relaciones entre ellos. 

Como era de suponer, Batman: Año Uno (Sam Liu & Lauren Montgomery, 2011) narra los comienzos del adinerado Bruce Wayne como vigilante enmascarado; pero, tan destacable como él, y casi más interesante, es el Inspector James Gordon. Único policía honesto, o casi, en una ciudad deshonesta, no le gustan las acciones justicieras y hasta criminales del Murciélago, y no dudará en perseguirle. Su dilema estará en que, a la vez, reconocerá que sus métodos tal vez sean los únicos que funcionen en una urbe tan corrupta. En muchos niveles es un auténtico héroe, pero se alude a un pasado turbio y su matrimonio hace aguas. Finalmente acabará sucumbiendo a la pasión que siente por su compañera Sarah Essen, que conecta mucho más con su vida policial, al tiempo que le aleja de una familia que no desea tener en un lugar tan horrible como Gotham City


Las historias de esta dupla protagonista están narradas de forma paralela y se espejan constantemente. Por ejemplo, los dos arriban a la ciudad a un mismo tiempo, aunque por distintos medios; y ambos, en la misma noche, recibirán terribles palizas que les obligarán a acabar de transformarse en lo que deberán de ser cada uno. Realmente, la esencia del relato se encuentra en la alianza inevitable que deberán formar, pero que no se producirá hasta el desenlace.

Entre los secundarios, la más interesante probablemente sea Catwoman, en tanto que otros como el Comisario Loeb o Harvey Dent (el futuro Dos Caras) quizás hubieran requerido un mayor espacio. Sus orígenes como prostituta sadomasoquista se antojan muy transgresores pero, también, increíblemente apropiados. Aunque se esfuerza por mantener una personalidad propia, su identidad felina nace a imitación del enmascarado titular y, a través de ella, se ilustra como la influencia de este provoca el surgimiento de otros disfrazados; tema que se repetirá con Carrie Kelley o con los Hijos de Batman en las siguientes entregas. 

Portada de la primera edición española del cómic.

Si Año Uno es el alfa, El Regreso del Caballero Oscuro: Primera Parte (Jay Oliva, 2012) y Segunda Parte (2013) son el omega, donde un Wayne envejecido y derrotado retoma su manto. Al igual que sus inicios, la vuelta a las andadas del multimillonario están justificadas por su entorno: una orgía de destrucción se ha adueñado de Gotham como nunca antes, lo que es mucho decir, y una nueva generación de felones, más depravados, han surgido de sus calles.

Un héroe, o antihéroe, que regresa en sus últimos días, cuando más se le necesita, luchando contra su propia vejez e incapaz de resistir el ardor en su alma; un héroe de naturaleza violenta, pero de una manera noble. Esta idea se halla muy presente en clásicos de la gran pantalla como Sin Perdón (1992) o El Gran Torino (2009); ambas de Clint Eastwood, precisamente el protagonista que Aranofsky deseaba para su proyecto frustrado. Aquí el Murciélago se presenta, más que como un individuo, como un ideal o como una fuerza arrolladora, muy superior a su envoltorio humano. El justiciero hábil y grácil, aunque relativamente realista, que vimos en su juventud da paso a una mole corpulenta, pesada, rotunda y brutal. Le devuelve el factor mítico a las aventuras de súper héroes, al no eludir el componente de fantasía adolescente intrínseco en ellas. Por el contrario, es asimilado y utilizado para construir una historia tremendamente adulta e inteligente, cargada de emoción y épica.


El resurgir de Batman viene acompañado del de su antiguo enemigo Dos Caras: de hecho, ambos suceden a la par. Y es que, pese a todos los intentos, ninguno de los dos puede dejar de ser quienes son. También afecta al ahora Comisario Gordon, en un rol importante pero inevitablemente menor con respecto al que tuviera en la anterior entrega. Obligado a la jubilación, podrá marcharse como se merece en una última gran aventura con su viejo amigo.

Para completar su retorno, Bruce necesita tanto la ayuda de un nuevo Robin, esta vez femenino, como la victoria sobre los llamados Mutantes. Estos últimos constituyen la banda responsable de la situación que propició su reaparición, por lo que sólo derrotándolos podrá justificarla. Curiosamente, su estética supuso en su época una inesperada profecía de los canis actuales. En cuanto al primer asunto, el entusiasmo de la joven Carrie y la admiración que profesa hacia su mentor la hacen conectar de inmediato con el público. Los instantes en los que su vida peligra llegan a poner la piel de gallina: no sólo por la simpatía que despierta por sí misma si no, también, por el impacto que tendría en su nuevo jefe. Y es que se da a entender desde un principio que el abandono del primer Chico Maravilla (Dick) y la muerte del segundo (Jason) fueron determinantes en su retiro. La presencia de un tercero, o tercera en este caso, sirve para cerrar viejas heridas y completar un ciclo.

Batman y Robin, mejor que nunca.

Una vez cerrados todos estos frentes en la Primera Parte, la Segunda examina sus consecuencias. Nuestro mundo no puede tolerar héroes que nos recuerden lo débiles que somos, y mucho menos aquellos que desafían a las autoridades o que nos puedan servir de ejemplo. Es una sociedad que degenera, no por una corrupción como la de Año Uno, si no por su propia idiosincracia: nada más que hay que ver la relevancia de la morbosidad televisiva. Hay mucho de Nietzsche (o de lo que la gente común entiende por Nietzsche) en todo esto. La ausencia de Gordon supone una vuelta a los orígenes: como en sus primeras andanzas, Bruce volverá a huir de las fuerzas policiales y a confrontarlas, aunque la nueva Comisaria acabe comprendiendo, como su predecesor, que el Caballero Oscuro es “demasiado grande” para ser juzgado. 

El Joker será el detonante que pondrá a Wayne en el punto de mira de entidades superiores a la Policía. En cierto sentido, su función es similar a la de Dos Caras en el capítulo precedente o, por oposición, a la de Gordon: existe un juego de espejos como el que ya tuviera el Caballero Oscuro con los dos citados y que, en esta ocasión, se llega a subrayar visualmente. Batman es un defensor del orden, que impone por la fuerza: al fin y al cabo, no duda en romper la ley o en agredir a los culpables para ejecutar su propia justicia, hasta el extremo de llegar a hacer uso de todo un pequeño ejército en un determinado momento. El Joker, en cambio, es puro caos, en oposición a ese orden o a cualquier otro. En un juego morboso e irónico, el sádico y consumado criminal se ha definido a sí mismo en función de la relación con su adversario. Consecuentemente, no es casual que el enfrentamiento final, cargado de brutalidad y tensión, tenga lugar en un Túnel del Amor, ni que se encontrara en letargo hasta poco antes. Cabe destacar que el tono homosexual es premeditado: ya se adelantaba con la presencia de la tal Bruno, tan genial como anecdótica. 


Las connotaciones represivas apuntadas en el párrafo anterior son extensibles a todos los súper héroes habidos y por haber, pero se les perdona por la necesaria argumentación que suelen recibir y, sobretodo, por su señalada condición fantástica. En este caso, se oponen desde la ficción a una represión que sí es muy auténtica y muy dañina: la del propio Estado y su supuesta democracia. No en vano la Guerra Fría es usada en el argumento, junto con una caricatura tan maliciosa como certera de Ronald Reagan. Batman luchará contra un Superman del lado de la Casa Blanca, pero da la impresión, tal y como expresa el propio Bruce con antelación, de que no hay muchas diferencias en la violencia ejercida por uno u otro. Sólo una: que el Hombre de Acero ha cedido su poder al enemigo; ya no es libre y, por tanto, se antoja castrado e indigno, lejos de su antigua gloria. Ambas figuras han sido polos opuestos desde que inauguraran el ¿género? en los años treinta, con lo que la pelea está cargada de una metalingüística que se expande a otros aspectos: se alude metafóricamente a la situación verídica de crisis y censura que sufrió la industria del comic-book estadounidense en los cincuenta. 

Otras producciones animadas de este calibre tienden a ser pasatiempos sólo aptos para los más aficionados; afortunadamente, este no es el caso. Por el contrario, los tres títulos comentados configuran un entretenimiento más que digno y meritorio, apoyándose para ello en los guiones de Miller. Son tan formidables que sobresalen hasta las breves pero significativas últimas apariciones de Essen o de Catwoman (por último también envejecidas) resultan excepcionales, por no hablar de las aportaciones del mayordomo Alfred. Evidentemente, también cuentan otros elementos, como la efectividad de la banda sonora o de la animación; pero, de cualquiera manera, la clave sigue estando en la crítica social subyacente, en la imposibilidad humana de reprimir las pequeñas obsesiones que dan significado a nuestra existencia y en unos héroes más grandes que la vida. Unos héroes que, en cierto modo, nunca mueren.

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